Edición 150 - Junio 2019

“El Samaná nunca nos ha pagado mal”

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David Berrío regresó con la caña en su mano y se detuvo antes del puente de más de cien metros sobre el río Samaná Norte.
-Primo –le gritaron–, ¿y los peces?
-En el río –respondió automático–.

Una mujer le contó que su esposo pescó una dorada de varias libras. Notó su pesimismo e intentó consolarlo, le dijo que esa tarde o al día siguiente tendría su desquite.

David no pareció reconfortarse con el comentario. Cruzó el puente con la caña en la mano y su cara desconsolada. La pregunta que escuchó desde las primeras casas no dejarían de repetirla hasta la puerta de la suya.
-¿Y los peces?

***

En 1880 el alemán Friedrich Von Schenck cruzó el río Samaná en un viaje que lo llevaría a Medellín. En su primer día de viajes le tocó cruzar “el torrentoso Samaná sobre caminos muy pendientes, parecidos a trochas para cabras”.

Ese camino al que se refiere el alemán, David Berrío lo llama Camino real. Lo recorrió por décadas hasta que los embalses, las carreteras de las hidroeléctricas y la guerra misma contribuyeron a su desaparición. David es hijo de los bosques de San Carlos, un pueblo a 113 kilómetros de Medellín. Su papá nació en Donmatías y su mamá en Guatapé. Y él, cerca del corregimiento El Jordán, de San Carlos.

Tiene 70 años y conoce el Samaná desde que tenía 8. Aprendió a pescar con machete porque no existía atarraya. Conoció Puerto Garza, el corregimiento en el que vive, cuando no era pueblo, cuando solo era monte y selva, cuando no había carretera, cuando solo había una que otra casa regada en medio de la nada. David recuerda los años en los que construyeron Jaguas, Playas y San Carlos, recuerda la carretera que abrieron para conectar con Puerto Nare y así construir más pronto la central San Carlos. Y con esa carretera y ese puente de más de cien metros que cruza todos los días, una y tantas veces, vio nacer este pueblito a principios de los 70, en donde ahora viven poco más de mil personas.

Entonces el río Samaná se volvió el patrón de todos los que construyeron su casa al lado de la carretera y al lado del río. El patrón o les daba pescado o les daba oro. Y así ha sido por décadas. El pueblo que surgió por una carretera que abrieron para construir una hidroeléctrica, hoy está sentenciado a su desaparición si sobre el patrón construyen un muro de 140 metros para generar 352 megavatios de energía (el 3% de la energía nacional).

La energía los llevó al pescado y al oro. Con más energía no habrá bagre, picuda, dorada, pataló ni bocachico.

 

 Fotografía: Fundación Yumaná

 

***

El Samaná es verde en verano, verde cuando la central San Carlos no le descarga agua oscura, verde cuando está bajo y brioso. Claro que hubo un tiempo que no era tan ancho, porque el que es hoy en Puerto Garza fue transformado por las aguas y arenas ajenas que recibe.

En épocas de lluvia es un rugido oscuro y alborotado. Sus rápidos se ven gigantes y los lancheros deben cruzarlo con pericia, recordando las piedras monumentales y acelerando en los remolinos y embestidas. Razón tiene Joanna Andrea Barrera, ingeniera en recursos hidráulicos, al decir que los ríos tienen personalidad, que laten como si tuvieran un corazón. No humano, porque el del Samaná varía con las épocas del año: la subienda, la bajanza, la mitaca, el invierno, el verano. Es lo que ella llama el hidrograma: es propio y esencial de cada río. Si este se altera significa cambiarle su personalidad y, por tanto, su flora y su fauna.

Tanto sabemos ahora del Samaná por investigadoras como Joanna, por hidrólogos, biólogos, defensores de derechos humanos, por gente del Oriente de Antioquia, por pescadores como David Berrío, e incluso por los que quieren volverlo una fábrica de energía.

La empresa Integral hizo el estudio de impacto ambiental para el proyecto Porvenir II, el que construiría un muro de 140 metros sobre el Samaná. Hablaron de bocachico, dorada, bagre y pataló, pero se olvidaron de nombrar el comelón, las sardinas, el mazorco, el bagre rayado, el blanquillo, la vizcaína, la arenca, el barbudo, el capaz, la picuda, todos esos peces que David Berrío ha pescado y comido en su casa. En 2014, Integral averiguó la producción de pescado de acuerdo con el mes: febrero es el de más pesca (11.8 toneladas), seguido por julio (1.7). Con base en esos datos identificaron el valor del negocio, quiénes son los pescadores y cuánto podrían darles como indemnización.

Fotografía: Sandra Ramírez Giraldo

Joanna Andrea Barrera concluye en un estudio sobre el Samaná, que si se construye el muro o los muros, habrá cambios en los caudales, no habría intercambio de sedimentos y nutrientes de los que viven animales y plantas, y el río perdería su conectividad con el Magdalena y los peces mismos que suben contra la corriente. Sería un aislamiento: los peces atrapados a un lado del muro y los peces que no volverían a migrar del otro lado. Y eso traería problemas sociales para las comunidades que viven del río, como Puerto Garza.

David Berrío no podría volver a pescar: no habría peces migratorios ni lo dejarían Celsia, Isagén o las empresas que se adueñen del río. El Samaná cambiaría su personalidad, cambiaría sus latidos, dejaría de ser.

 

***

Fotografía: Sandra Ramírez Giraldo

David Berrío miró el río desde el puente. Turbio, violento, crecido. Bajó hasta la orilla y sobre una roca destripó un comelón. Cortó un trocito y lo enganchó en la caña. Tiró el cebo al Samaná y no hubo pez que jalara. Lo hizo una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Y siempre regresó con el trozo de carne encogido.

-Hoy no parece que es el día –dijo–.
Se recostó en una roca rumiando la impotencia. Miraba el agua furiosa, los rápidos alborotados.
– ¿Vio cuerpos bajar por el Samaná? –le pregunté–.
-Del puente de aquí tiraron mucha gente. Nosotros veíamos los cuerpos en los remolinos de agua. En esa violencia, tiraban gente que uno no conocía, y uno los dejaba pasar.

Los paramilitares del Bloque Cacique Nutibara también hicieron del Samaná una fosa común. Los paramilitares y las guerrillas y el Ejército también hicieron desplazar a David de Puerto Garza. A sus hijos los querían reclutar, él ya sabía la historia de otros vecinos que engrosaron bandos contrarios. Prefirió perder sus cultivos de aguacate e iniciar la huida.

Pero regresó y los cultivos de coca pululaban. Tenía 100 árboles de mandarina y las avionetas también regaron sus litros de glifosato y lo dejaron sin sus arbustos.

David tiró de nuevo la cuerda, tan resistente como para soportar la fuerza de un pez de 20 libras, y siguió hablando del desplazamiento, de uno de sus hijos que a veces le gana en la pesca, de la coca, de las lanchas que se han volteado capoteando el río con sus rápidos, hasta que la cuerda se tensó. A veinte metros una dorada saltó sobre el agua, pero se llevó el trozo de comelón.

No era el día, estaba claro, por eso prefirió nombrar los concursos en los que ha ganado en las Fiestas del Bocachico, cuando la subienda es alegría en Puerto Garza. En el 2017 pescó un bagre de 8 libras y quedó primero. “Un señor se enamoró de él y se lo vendí por 70 mil pesos”, dijo.

La mañana fue una tertulia al lado del Samaná. David se encaramó entre las rocas y ascendió hasta la carretera, llegó a un extremo del puente y empezaron las preguntas por sus manos vacías. Estaba desanimado, claro, pero sabía que el río siempre da su recompensa.

-El Samaná nunca nos ha pagado mal. Es una riqueza de vida. Dios quiera que no lo vayan a represar. Nos echan con las manos vacías y eso da desconsuelo. Fuimos desplazados y esta vez, viendo toda la vida que tiene el río, lo van a privatizar, si es la cuna de nosotros.

Fotografía: Fundación Yumaná

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