En un amanecer negro, un amanecer de esos en que no debió haber salido el sol, en los que el diablo parece cabalgar sobre los lomos de bestias con figura humana, en un amanecer de esos le botaron la cabeza a Toribio, un humilde habitante de la comuna trece, más conocido como Cayetano.
El alba había sorprendido a los AUC y a hombres con brazaletes de artillería del ejército, en fuertes combates con milicianos de la guerrilla. Los intrincados laberintos que forman las casitas abarrotadas en las laderas son conocidos por los milicianos como las palmas de sus manos, por lo que podían jugar al gato y al ratón con sus enemigos. Entonces, la impotencia ante el enemigo que dispara pero no se ve, el trasnocho, la tensión y el cansancio producen rabia y cólera en los paramilitares, quienes la arremeten contra la gente indefensa. Parecen drogados o endemoniados: respiración gruesa, labios pálidos, boca reseca y ojos vidriosos.
En ese estado de enajenación optan por una requisa casa por casa: tocan en una casa y solo hay mujeres y niños, sollozantes y temblorosos; pasan a la siguiente casa, la de los Ceballos, y tocan; cuando sale un jovencito muy asustado, lo echan por delante y siguen su camino. Entonces sale su hermanito desesperado a preguntar por qué se lo llevan y como respuesta lo obligan también a él a acompañarlos. Unos metros más adelante matan a los hermanitos Ceballos, sin más razón que tener rabia.
Más adelante encuentran a Toribio, quien a pesar del miedo se ha atrevido a salir a la acera para abrir la llave del contador de agua, para poder ducharse antes de salir al trabajo. Ellos le gritan ordenándole que se entre, pero al parecer el hombre no se incorpora con la suficiente premura que ellos esperaban y por eso se lo llevan también. Un poco más arriba lo decapitan.
Éramos miles las personas que mirábamos por las rendijas de los ranchitos de tablas y latas las monstruosidades tanto de los vulgares sicarios de los ricos (AUC) como de las “autoridades” (ejército y policía y fiscalía).
No contentos estos monstruos con mocharle la cabeza a Toribio, juegan fútbol con ella. Por último, la cuelgan de una malla, en Belencito Corazón, dizque para escarmiento. “Así les va a pasar a todos los auxiliadores de la guerrilla”, gritaban. Y sí que hubo escarmiento: ese día abandonaron sus ranchitos cientos de familias (en lo que yo llamo desplazamiento de desplazados). Ya veníamos, casi todos, huyendo de los campos, huyendo de estos mismos asesinos.
Pero para redondear la faena, después de que las pobres gentes, muertas de miedo, abandonaron sus ranchitos, llegan los policías y tumban las puertas y ventanas y queman los enseres, que en su afán de la huida no pudieron llevar consigo. Todo dizque porque no querían que se convirtieran en cuevas o guaridas de esos terroristas milicianos.
Terminado el “operativo” y pasado un tiempo prudencial, llega la fiscalía, que como un gran borrador, pasa, no recolectando pruebas y testimonios sino echándole “tierra” a tamañas atrocidades.
Seguidamente para acabar de redondear la operación, sale por los medios de comunicación, el comandante de la policía metropolitana, Leonardo Gallego, diciendo que habían sido siete los milicianos muertos en el operativo del amanecer. Estas declaraciones de Gallego fueron las que llenaron la taza y me motivaron a escribir sobre esta denuncia. La forma descarada como estaban operando AUC, ejército y policía, me llenó de valor y me propuse denunciarlos. Me dije: en alguna parte en el mundo me oirán, no creo que la injusticia sea universal.
Me sorprende que el señor Gallego salga a dar un parte de un operativo que no realizó. ¿a quién trataba de disculpar? ¿Qué vejamen trataba de tapar? ¿Acaso lo de Toribio? ¿A caso la quema de los ranchitos de estas humildes personitas? ¿Por qué ese mismo día, en esa misma operación pasaron los paramilitares cargando el cuerpo de un policía hasta una ambulancia, policía éste, que junto con otros, había llegado a apoyar a los paramilitares en un enfrentamiento con los milicianos? ¿Por qué, General Gallego, se dedican 500 o más policías a cuidar un partido de fútbol o 20 o 30 policías a cuidar la Terminal de los buses de la comuna trece y no hay un solo policía que cuide las noches de terror de más de 200 mil personas que vivimos aquí? ¿Por qué, General Gallego, se van a las 6 de la tarde los policías e inmediatamente son reemplazados por los paramilitares, que salen por todas partes, y que hacen de nuestras noches una comedia de terror? ¿Por qué señor Gallego, señor General Montoya, comandante de la cuarta brigada, en tanto tiempo que estuvo aquí- y aquí sigue- una base de los paramilitares, no se adelantó un solo operativo en su contra? ¿Por qué señores comandantes, todos sabemos en el sector donde están los paramilitares (la Marranera y el Morro) menos ustedes?
Yo los acuso a ustedes, igual que al entonces alcalde de Medellín, Luís Pérez, a La Fiscalía, a La Personería y a todas las autoridades del estado de no haber hecho nada ese 19 de agosto de 2002 y en los meses sucesivos por remediar la situación de miles de personas masacradas aquí sin ninguna consideración.