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Pero no fue así, porque ni yo soy “descubridora”, ni turista, ni Colombia es un paraíso terrenal. La realidad es que en Colombia sí existen muchas playas, pero ya tienen dueños, y no precisamente indígenas, afrodescendientes y campesinos, tampoco ricos con su Cabaña de Campo, sino comandos privatizados que “protegen” un territorio apropiado para lo que este país combate en el Sur y tolera en el norte: la Droga, que coexiste con la económica legal, sedes de partido de la U, todos vulnerando bajo el principio sagrado del neoliberalismo: libertad de mercado…. Allí unos solos son los dueños, los paramilitares, hoy ricos, salvadores y héroes de la patria.
Fue así como nos decidimos a ir a conocer este hermoso Paraíso y llegamos al último lugar de Antioquia que tiene playa, al límite con Córdoba, a la frontera. Durante esa semana no percibimos nada por fuera de lo normal que no sea lo mismo que se vive en Medellín (que en un país decente sería anormal, ¡qué horror, nos estamos acostumbrando!): Paramilitarismo, vigilando el municipio indirectamente y ejerciendo un control social en la población, teniendo el dominio de la autoridad que el propio Estado colombiano les ha otorgado (seguro que a Weber no le tocó vivir en Colombia cuando centró su idea de democracia en la legitimidad del uso de la fuerza por el Estado). Esta situación me generó cierto optimismo, hice cuentas del presupuesto nacional, sobre cuanto se ahorraría el Estado prescindiendo de Policías en los lugares donde ya existen “otros que controlan”, y dije…uffff ¡mucha plata!
Observé que la policía es una figura decorativa y que son pocos, en el peor de los casos “se vincula a los conflictos como un actor más”; no te requisan, no dicen nada y pasan como otros turistas, pero con uniforme. No hay muchos problemas y si los hay, están los “otros” que los arreglan. Sin embargo, nos sentíamos seguras porque las turistas no son sospechosas. Y todo iba muy bien hasta que el espíritu de aventura se apoderó de mi y decidí, en conjunto con el grupo de turistas, consultar a un hombre ¿qué otra buena playa hay?.....y, ¡oh error! Este hombre nos recomendó “la mejor playa de San Juan de Urabá”, y yo, que he leído y vivido un poco del conflicto de este país, pregunté si era posible ir por allá. Recibimos la respuesta de “claro, eso es calmado”. Segundo error: ¿qué significaría calmado para este tipo?
En fin, intentando ser como una colombiana normal y alineada, decidí no empezar con paranoias. De nuevo, la intuición me decía que no debíamos seguir, pero igual, un nuevo paraíso nos esperaba para conocer de este hermoso país, donde la paz está sólo en la televisión y en las mentes dominadas por ilusiones sin camino.
Después de 30 minutos de carretera semipavimentada, semiprivatizada, entramos por un camino destapado que nos llevaba a la playa. No veíamos otros carros ni personas, y las pocas veces que nos las encontramos nos miraban con cara de asombro. Esta señal tampoco nos dijo nada. En 15 minutos de camino llegamos al famoso Tiburón, estadero recomendado por el “asesor turístico”. Sólo fue bajarnos del carro, para entender dónde estábamos, y sólo bastaron otros cinco minutos, para que empezaran a salir hombres con rostros deshumanizados, con miradas de odio y una actitud de intimidación, que no necesitaron sacar un arma para trasmitirnos un pánico que hace muchos años no experimentaba.
Empezaron a llamar por celular, a rodearnos…. y nosotras hicimos lo que a bien pensábamos podría servir para trasmitir el mensaje de que éramos “unas estúpidas turistas perdidas y descontextualizadas”. Sin embargo, ellos empezaron a conversar más fuerte, no nos querían allí. Para agrandar el miedo, andábamos en un vehículo que portaba una placa con un referente bien particular: Envigado…. “ahora sí, jodidas”. Y es que, según los últimos reportes de la paz colombiana “los urabeños” están en guerra con “los paisas”.
Con la poca calma que nos quedaba, nos tomamos una cerveza, y después de pagar decidimos salir del “Estadero” (o para-estadero). Mientras se encendía el carro para salir, ellos nos indicaron que había un camino más corto….“¿será una trampa, nos esperan más adelante?”, esta y otras preguntas salieron en segundos, y cuando decidimos asumir el riesgo y llegamos a la carretera, creo que no podíamos ni sostener la respiración.
Ese pánico que no duró sino 20 minutos, nos dejó silenciosas el resto del paseo, con una intimidación que duró 24 horas para quitarse y una eternidad para olvidar. Pensé en todos esos rostros temerosos, silenciosos, controlados, comportándose de una manera determinada para defender su vida diariamente; pensé hasta en la famosa democracia de televisión y de discursos, esa de elegir, de tener ciudadanía, y concluí que los habitantes de ese lugar sólo pueden optar por un partido; es que las sedes que habían en el corregimiento y los chalecos que llevaban algunos transeúntes y la publicidad política era del partido de la “U”. Las prácticas de ciudadanía han sido muy bien instituidas, son prácticas del silencio, una ciudadanía del silencio, la democracia para los oprimidos, y que su participación es la que determinen los paramilitares.
Esos habitantes que habían en aquel corregimiento, a lo mejor no son sus “originales habitantes”; esos ya están enterrados, o deambulando por los cementerios marinos de la cándida Colombia. Estos habitantes cohabitan con este proyecto, se resignan o están conformes. Porque las luchadoras y luchadores de esas tierras de Urabá fueron masacrados, humillados, torturados y desplazados; y quienes no aprendieron la lección y buscan caminos en la organización como desplazados, han sido víctimas de crímenes, algunos mortales para el cuerpo, otros mortales para el “alma”. La máxima degradación de la guerra, repito, es el TERROR y eso fue lo que experimentó mi cuerpo. Todo lo que soy quedó en un segundo a disposición y arbitrio de sujetos entrenados para producirlo, que hoy sin un arma en la mano o con ellas producen el miedo y por ende la obediencia y la dominación.
Modificado por última vez el 16/06/2012