La versión 57 del Festival Internacional de Cartagena de Indias –FICCI- fue inaugurada con el documental de la periodista Natalia Orozco “El silencio de los fusiles”, una mirada institucional y oficial del transcurrir del proceso de paz con la guerrilla de las FARC. Durante la noche de la inauguración los espectadores vieron a Juan Manuel Santos, a la directora y a Pastor Alape, líder de esta guerrilla en proceso de dejación de armas, sentados a escasas sillas para la proyección de este documental. Una metáfora: dos enemigos a muerte separados (y unidos) por el arte.

El silencio de los fusiles es una introducción necesaria a una de las caras del conflicto armado en Colombia, sin embargo, como tal vez no lo puede hacer ninguna producción de dos horas, no abarca la complejidad de la guerra y en algún momento se siente incompleta, por lo que cobró mayor relevancia lo que no aparece frente a la cámara, como lo es el resurgimiento del paramilitarismo silenciado por los medios oficiales, y generador de decenas de muertes a líderes sociales en todo el país luego de la firma de la paz.

También, El FICCI rindió un tributo a Eduardo Coutinho, quien falleció en el 2014 y dejó para el mundo un ejercicio cartográfico y etnográfico de un Brasil que todos sospechamos pero nunca vemos. Las fronteras invisibilizadas, su gente y sus cuerpos; su cine no es el capricho de un artista, sino la necesidad de un narrador, que se vale de la palabra para transformar y difundir la cultura. En este homenaje se proyectó “Edificio Master”, un documental de 2002 que retrata en entrevista la voz y los rostros de casi 20 personas residentes en un edificio de Copacabana, Brasil; más que darles voz, Coutinho les da un oído a las personas que llenan las ciudades, extras en otro cine, anónimos en la realidad, gente de cualquier parte, con historias cotidianas, narradores naturales de los cuentos del día a día. Sus lágrimas y sonrisas son tan sinceras como sus apartamentos, más pequeños que las playas de Copacabana pero más calurosos.

“Cabra, marcado para morir”, su película más conocida, nació en 1962 cuando Coutinho filmando una protesta en contra del asesinato del líder campesino João Pedro Teixeira decidió hacer una película al mejor estilo neorrealista, donde los protagonistas de la cinta son las mismas personas que vivieron los acontecimientos, los campesinos del pueblo y la familia de Pedro Teixeira. El 31 de marzo de 1964 tras el Golpe de Estado, fue destruido el equipo de grabación y gran parte de la cinta filmada, solo una pequeña muestra fue confiscada. El documental nació 15 años después, con Coutinho volviendo al lugar de los hechos para reconstruir desde todas las miradas lo acontecido, y dando motivos otra vez a los protagonistas para levantar la voz y para la defender la vida y la memoria. Eduardo Coutinho es una mirada sincera de Brasil y una invitación a los cineastas del mundo a hacer películas por la necesidad de contar, por las ganas de utilizar la cámara para nutrir la memoria y cantar los territorios.

En el viaje de este festival, de Brasil saltamos a Tailandia, al universo del director Apichatpong Weerasethakul, conocido como “Joe”, quien fue uno de los directores a los que el FICCI rindió tributo. De él vimos su película más laureada, “El tío Boonme recuerda sus vidas pasadas” (2010), una cinta que narra las apariciones del tío Boonme, donde mito y realidad se confunden para contar la historia de un territorio y su gente; sus películas han sido definidas como un cine de lo fantasmagórico, alejado de los estándares del cine comercial. Con un estilo propio “Joe” puede provocar sueño, distracción y hasta pereza, pero esas sensaciones se producen porque su trabajo no está hecho para entretener, sino para explorar los secretos del universo. En sus películas, la divinidad está en la diálisis a los riñones del tío, en las cavernas mágicas de luz, en la luna y en la discoteca, la divinidad está en la cotidianidad y como Coutinho, “Joe” con su cámara lo capta a cada segundo, en cada gesto, en cada instante, en cada palabra.

Luego, regresamos a Colombia, donde el documental vuelve a ser protagonista al poner en duda los límites de la realidad, porque el documental no es un género que busca la verdad, sino que toma como materia prima la vida real para la construcción de una narrativa. Sobresalen de la lista por los premios y el interés personal tres obras: “Adiós entusiasmo” de Vladimir Durán, “Amazona” de Clare Weiskopf y Nicolas van Hemelryck, y “Señorita María, la falda de la montaña” de Rubén Mendoza. Este último cuenta la historia de María Luisa, una campesina que nació siendo niño en Boavitá, Boyacá, un pueblo campesino, conservador y católico. La señorita María es una mujer que se ha confrontado toda su vida con su ser y la crudeza con que el mundo la ha tratado, amante de la Virgen María y los animales, ejemplo de esa resistencia inevitable y natural que somos todos. Tenemos la esperanza viva de ver estas películas en las carteleras de los cines en Colombia.

El FICCI en su edición 57 nos dejó un buen sabor de boca, una buena sensación en el cuerpo y las ganas de muchos pasos. Sus películas han contado ese cuerpo que es la frontera íntima de cada ser. El cine colombiano está vivo, y el del mundo, aunque escondido, recuperable.

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