Edición 120 Agosto - Septiembre 2016

Autonomía, participación y construcción de paz desde los territorios

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Hace 20 años, en los valles y montañas del sur del Tolima, cuna de uno de los procesos revolucionarios y armados del país como las FARC – EP, la comunidad logró construir el único pacto de paz de Colombia que fue cumplido por todos los actores implicados. En la actual coyuntura, cuando se habla de paz y post-acuerdo, es necesario conocer esta experiencia.

 

El inicio del conflicto
Para el año 1964 en el valle de Marquetalia, se encontraba un puñado de hombres que tomaron la decisión de la vía armada. En este lugar habitaban no más de 50 familias, quienes comandadas por Manuel Marulanda Vélez lograron sobrevivir y escapar a la toma de Marquetalia, asalto comandado por el Teniente Coronel José Joaquín Matallana del batallón Colombia del Ejercito Nacional el 14 de junio de 1964. Para ese entonces el objetivo del gobierno de Guillermo León Valencia era el exterminio de las guerrillas Liberales del norte del Tolima y el aislamiento de los núcleos comunistas en el sur del Tolima.

Pero la otra parte de la historia es la que se ha mantenido en reserva. En los últimos días se puso nuevamente en circulación una carta enviada por Manuel Marulanda al Presidente Guillermo León Valencia. El periódico El Espectador narra que la única exigencia de ‘Tirofijo’ y sus hombres para dejar las armas era el arreglo de caminos, carreteras y la construcción de un puente que podía facilitar el paso de los productos de los campesinos y mejores condiciones de vida, petición que fue negada y que tal vez pudo haber evitado un conflicto de más de 50 años.

Luego de 30 años, el 26 de julio del año 1996, los indígenas de la comunidad Nasa We’sx, estando ya cansados de tanto dolor y decididos a perdonar, debatieron por muchos días con sus propios hermanos indígenas alzados en armas, dotadas por el Ejército para combatir a la insurgencia, la necesidad de perdonar y construir una propuesta para lograr tranquilidad en su territorio. A pesar de que muchos de los indígenas aún seguían convencidos de la legalidad de las armas y de la lucha a la que los había enviado el Ejército, tuvieron que llenarse de valor y reconocer que el Gobierno no hacía nada por ellos. Muerte, pobreza, tristeza y la pérdida de 40 vidas era el resultado de este escenario de conflicto.

Construcción del pacto de paz
Gracias a esta decisión y con la esperanza de traer tranquilidad, la comunidad indígena se sentó junto a Arquímedes Muñoz, alias Jerónimo, quien en ese entonces sería el comandante del Frente 21 de las FARC, para firmar el que sería el primer y hasta ahora único acuerdo de paz de este territorio y de Colombia.

La propuesta presentada y que llevo varios días para ser aprobada por la comunidad indígena, se puede resumir en los siguientes puntos: La prohibición de amenazas entre campesinos e indígenas y viceversa, así como del porte de armas para la comunidad indígena y campesina en general dentro del territorio; Igualmente, los delitos de hurto que sucedieran en el resguardo, serían castigados y sancionados por la autoridad indígena competente, según usos y costumbres; o en caso de incidencia y de mayor gravedad, serían trasladados a la justicia penal competente, para ser castigados por la Ley. Tampoco se permitía la estadía de grupos militares, cooperativas de seguridad o alzados en armas dentro del resguardo en territorio indígena. Así mismo, ningún miembro de la comunidad debía pagar algún tipo de impuesto a los alzados en armas.

Este acuerdo fue comunicado a todos los frentes de las FARC – EP que operaban en el sector, y su fiel cumplimiento fue fiscalizado por las entidades oficiales como las asesorías municipales, autoridades eclesiásticas, delegados de derechos humanos, Cruz Roja y asuntos indígenas. Luego de firmado el acuerdo de paz y lograrse la tranquilidad entre los indígenas y la guerrilla de las FARC-EP, el enemigo pasó a ser otro. El gobierno emprendió contra este proceso una campaña de desprestigio e ilegitimidad; el momento más duro se vivió en el gobierno de Álvaro Uribe, pero aun así lograron permanecer en el territorio y defender la paz por encima del poder militar y paramilitar que los perseguía por haber firmado un acuerdo con “terroristas”.

A 20 años del Pacto de Paz
La conmemoración de los 20 años del Pacto de Paz de los indígenas Nasa Wes’x con las FARC el pasado 26 de julio en la vereda Palmeras, en Gaitania, fue una fiesta intercultural donde la comunidad indígena evidenció su gran riqueza cultural y su madurez política, pero también las ausencias y debilidades organizativas que implican nuevos retos. La conmemoración contó con la participación de algunas instituciones y actores externos a la comunidad, como ACNUR, la Oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Defensoría del Pueblo, el Centro Nacional de Memoria Histórica, y otras organizaciones sociales y medios de comunicación.

Las remembranzas de cómo se gestó, se negoció, se pactó y por 20 años se ha mantenido, dejaron múltiples aprendizajes que hoy son referentes para la pedagogía de paz de su propia comunidad, y para la cultura de paz en Colombia y el mundo.

Los dos años previos a la firma del pacto, muestran la gran habilidad para discernir el momento y la prudencia para la negociación liderada por parte de los mayores indígenas como Virgilio, Ovidio, José, Elvira, y otros más. Así mismo, la sostenibilidad de los acuerdos se debe a la concepción de la construcción de paz como un proceso de largo aliento, un tejer día a día que se aferra al poder de la palabra, de lo pactado.

Diferentes hechos y variables pusieron en riesgo el cumplimiento del pacto durante estos 20 años, como el desconocimiento de este pacto por parte del gobierno nacional, las presiones por parte del Ejercito Nacional y el establecimiento del Batallón de Alta Montaña en la zona, los cambios de comandantes en las FARC, el paramilitarismo, entre otros. Sin embargo, esta experiencia da cuenta de la capacidad de los procesos de autogobierno, autogestión del territorio y sus propios conflictos, que trajo una verdadera convivencia y paz, frenando el crecimiento de la muerte y el dolor.

A propósito de la vigencia de este pacto de paz, en el marco de los Diálogos de La Habana y la pronta firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, la pregunta es si los colombianos podemos creerle al grupo guerrillero frente a su voluntad de paz. Ante ello, los líderes indígenas radicalmente establecen que, en su caso, el pacto sí ha funcionado entre ellos y la guerrilla por 20 años, y no tienen ningún argumento para oponerse a este proceso de paz: “quizá el gobierno sí incumpla, porque a nosotros como pueblo indígena nos ha incumplido”, dice José, maestro Nasa, con un poco de desilusión.

Para la comunidad indígena son más las inquietudes que certezas que dejan el Acuerdo de Paz del Gobierno y las FARC, porque frente al resguardo indígena, en la vereda San Miguel, será ubicada una zona veredal de transición y concentración de las FARC. Así, las preocupaciones giran en torno a la capacidad del gobierno de copar los espacios políticos y fortalecer la institucionalidad; las estrategias para revertir el proceso de degradación cultural; las garantías para coordinar y hacer partícipes a las alcaldías y la comunidad en los procesos de inversión social y distribución de los recursos del posconflicto; y las acciones para evitar la depredación de la riqueza ambiental en estos territorios. Los retos son muchos, y la comunidad indígena espera que este pacto de paz sea incorporado en el Acuerdo de La Habana, tenga su reconocimiento y puedan empezar a vivir un post-acuerdo con garantías desde el Estado.

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