Edición 175 – Diciembre 2023

Resistencia trans, travesti y no binarie en Santander

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Ilustración: Katherine García

Por Redtrans de Santander

Las personas con experiencia de vida trans, hemos resistido y sobrevivido a lo largo de la Historia del movimiento LGBT. Nuestras memorias convertidas en cifras, han llenado las estadísticas de informes y proyectos de organizaciones, activistas y entidades que buscan encasillar nuestras voces en un papel. Pero realmente poco les ha interesado nuestras realidades, por el contrario, se han lucrado de nuestro infortunio. Muy a pesar de que las personas trans hemos entregado nuestras vidas y hayamos sido nosotras, nosotros y nosotres quienes parimos el movimiento por la exigibilidad de derechos de la población sexualmente diversa, nuestra participación sigue siendo representada en sillas, chistes transfobicos y aplausos que no son dados para reconocer nuestra participación política, sino cortinas de humo para distraer nuestra función y apuestas en el activismo.

Es desde ahí que la Red Trans Santander se gesta. De reconocernos como actoras/es politiques y políticas en el territorio. En el que somos las personas trans las que debemos asumir nuestros procesos, hablar de nuestras realidades y retomar las riendas de un movimiento pensado no desde imaginarios y estigmas, sino desde la furia marica y trans. Desde el reconocimiento de nuestros liderazgos y, si es posible, desde hacerse a un lado y callarse cuando estemos presentes, permitiéndonos hablar y no hablar por nosotras y nosostres. Es respetar nuestra existencia, pero también respetar nuestro legado.

Como hermanas, hermanos y hermanes somos conscientes que no será fácil, pero hemos dado ya el primer paso reconociéndonos y valorándonos, desde una mirada interseccional, respetando las luchas de las putas, les migrantes, la ruralidad, amando y entendiendo que nuestros tránsitos pueden ser diferentes, binarios y no binaries, pero ante todo, luchando por estrategias que nos permita imaginar con un mañana donde los cuerpos trans podamos soñar , ser lo que se nos dé la gana y vivir en dignidad.

Somos dientes de león, germinamos sobre el pavimento
Una y otra vez se repite un rosario. Un mal guion narrativo en el espacio público. Suele orbitar el ¡loca! ¡marica! ¡puta! ¡zorra! En ocasiones lo acompañan un susurro sonoro:¡vulgar! ¡pecadora! En ocasiones también hay cruces fugaces. Suele haber opiniones y prejuicios por nuestras familias biológicas, para así dar los primeros pasos y habitar ese ciclo de la expulsión y el cariño ambivalente. De aquella vergüenza andante, marcada por esos cinco o diez metros de distancia en la calle, del saberse suscrita/o/e de ese amor incierto que podría borrarte en tu propio entierro.Y es que esta imagen de una sentencia de muerte anticipada, es el reflejo de esa foto del niño, niña —quizá y por qué no niñe— que una institución tan antigua como la familia ubica frente al ataúd de un cuerpo sin vida. La foto de esa sustancia que alguna vez respiró en vida y cambió. De ese cuerpo des-hecho y re-construido a voluntad propia. Y es que incluso allí, en la muerte misma estamos en desventaja: la de ser borradas, borrados y borrades; partícipes de un entierro que no nos corresponde, con un nombre de pila y una apariencia que no pudimos conciliar en vida.

Y es que ante tal horror, resuenan infalibles las palabras de la escritora argentina y travesti Camila Sosa Villada: la travesti siempre pensando en su muerte, mientras reconoce la violencia de su propio país en los cuerpos de sus adultas. Diríamos, en el saber trans colombiano: en el cuerpo de las madres, nuestras mayoras y guías. Y es que como si se tratase de una obra musical, la transfobia resuena con el clasismo, el racismo, la misoginia, el capacitismo y la xenofobia. Un réquiem que no es posible sin esas opresiones, sin esas condiciones para marginar y ubicarnos en las fronteras del cuerpo social.

Y aunque las personas con experiencias de vida trans, en ocasiones seamos reconocidas por ese monstruo llamado Estado, y por más que en algunas de sus instituciones hayan dicho “¡son sujetos de especial protección!”, tal formalidad contrasta con la realidad. Nunca nos deja de sorprender que seamos cotidianamente violentades, en un país con más de 20 fallos emitidos por la Corte Constitucional sobre el alcance, goce y disfrute de nuestros derechos humanos. Y es que resulta apenas obvio, ¿cómo un grupo humano cuya existencia era patologizada a través de un trastorno psiquiátrico a nivel mundial —avalado por la Organización Mundial de la Salud hasta el 2018— puede tener los mismos derechos o estar en las mismas condiciones que el resto de la población?

Y es que esa brecha gigante de represión sexual, social e identitaria, es tan vieja como el genocidio español en estas tierras. ¿Quién diría que el progreso occidental, ocultaría formas distintas de vivir el género a través del exterminio? Y es que con los años, este modelo represivo se ha perfeccionado, castigando con la cárcel al raro o la rara, no debe olvidarse que hasta 1980 ser una persona LGBTI era penalizado con prisión en Colombia. A la fecha aún se realizan actos encaminados a corregir algo, aunque estos mismos sean considerados como formas de tortura, conocidas como terapias de conversión ECOSIEG, para corregir una identidad de género, una orientación sexual o expresiones de género diversas.

Las personas con experiencias de vida trans vivimos ciclos y vivencias complejas, marcadas por una constante negación de nuestras vidas y nuestro derecho sobre el cuerpo propio, como diría Lohana Berkins, con base a nuestras identidades, de un no reconocimiento social de quién eres, de un mundo que te expulsa y afecta de forma multidimensional tus aspiraciones, proyectos, y el disfrute de tus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.

Y es que hay una cifra que resuena mucho en nuestras mentes, que algunos negacionistas llaman exagerada, y es que ser lo que somos, ser ese cuerpo en disputa, arrebatado socialmente, que ha reclamado el libre ejercicio de su autodeterminación, se traduce en una expectativa de vida de 35 años. ¿Serán 40 años de vida si te reconoce el Estado por medio de una Ley integral trans? Gracias al arduo trabajo de colectivas, organizaciones de la sociedad civil y activistas trans/ travestis puteriles en América Latina, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pudo establecer este panorama en la región.

Nunca está de más recordar que la CIDH es un órgano que hace parte del Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos, del cual Colombia hace parte; que los Estados existen para garantizar derechos y no para violarlos. De allí que sean responsables cuando estas obligaciones sean incumplidas.

Y es que nos debe importar y también preocupar que hasta el 2021 se condenara por primera vez a un Estado latinoamericano por no garantizar los derechos humanos de una mujer trans. Su nombre era Vicky Hernández, lideresa, defensora de derechos humanos, puta o trabajadora sexual. El caso de Vicky, quien fue Asesinada por la Policía de su propio país (Honduras), demuestra de manera ejemplar que el castigo y el abuso de la autoridad policial en contra de mujeres trans trabajadoras sexuales es una herida abierta en todo el continente. Aun así, hay vestiduras y sotanas rasgadas, hay odio, amenaza y escándalo: ¿por qué las mujeres trans, travestis y travas construidas desde y para el reconocimiento de su feminidad merecen una vida libre de violencias? ¿Es una catástrofe decir que quien escribe estas letras merezca no ser violentada? Vicky encontró justicia, esperamos que Andrea Rozo Rolón, víctima de feminicidio en Bucaramanga el 10 de marzo del 2023, encuentre igual que Vicky la justicia. Y que la defensa trans odiante del hoy procesado, no encuentre lugar ni cabida: que no es posible juzgar el feminicidio, “¡¿por qué Andrea no era mujer?!” Gritamos lo contrario: ¡JUSTICIA PARA LA LEONA! ¡FUE UN FEMINICIDIO!

Para saldar la deuda histórica: ¡Ley integral trans ya!
La Ley integral trans ya se convierte en esa importante motivación de conseguir algo luchado desde las experiencias puteriles, desde los lugares que incomodan. También desde esos sueños que parecían haber sido truncados por la violencia cis-heterosexual que nos llevó a pensar que todo estaba tan horrible que no podía estar peor —y quizás sí. Pero este pequeño respiro también nos hace sentir que las travas también construimos cosas increíbles, aparte de construirnos las cuerpas tal y como queremos, con o sin intervenciones hormonales, quirurgicas, con o sin espumas o silicón; y también queremos construir condiciones de seguridad para nuestres hermanes que ejercen trabajo sexual, queremos acceder a la academia no como instrumentos de investigación. ¡Queremos, al contrario, travestir la academia y nuestros futuros!

Algunos futuros los vemos rosa, algunos quizás con escarchas y plumas por todas partes, este de la Ley integral trans lo vemos sobre todo posible de habitar bajo un espectro de colores, de sentires, y sobre todo de esos desencuentros que nos llevan a unirnos más. A saber que nos necesitamos y que sin nosotres no es posible que sea construida esta propuesta de cambio que tanto necesitamos en las periferias y fronteras. Queremos también que allí sean plasmadas las lágrimas que nos ha costado el rechazo de nuestras familias y círculos de cuidado. Queremos condiciones dignas de atención a nuestra salud y de inclusiones de nuestras cuerpas a los distintos trabajos que existen, y que históricamente hemos tenido que habitar desde lugares marginales o teniendo que ocultar nuestras identidades.

Qué pesadilla es tener que ocultar algo. Fingir ser alguien que no eres, pretender agradar a les otres porque no te leen como cis —para ti, lector, toda persona que no tiene una experiencia de vida trans—, o como suficientemente trans. Pero es que desde la Red Trans Santander no pretendemos ser leídes como cis, queremos ser leídas/os/es como travas, travestis, mujeres y hombres trans, experiencias no binarias, género inconformes, entre otres. Porque hemos partido también de la premisa de evitar encasillarnos. Toda la vida hemos estado huyendo de esas normas y convenciones implantadas desde los hogares, en los colegios y las instituciones. Hemos jurado no ser replicadoras de esas violencias sutiles pero que por dentro nos queman. Hemos decidido no replicar ese sistema de valores que llama a la negación de la diversidad y su riqueza.

Así como enuncia nuestra maestra Analú Laferal: “No transité ni tránsito hacia ningún lugar determinado. Este viaje ha sido más un deshacer, un desapego, que una reforma. Sin un destino, me hice rara, difusa, soy el manifiesto de mis contradicciones. La falda, la voz, la rudeza, al fin, hecha a mi manera: inconfundiblemente travesti, una discordancia, un orgulloso y paradójico mamarracho, una frontera”.

Nos enunciamos muchas veces difusas, cambiantes, modificables, transitables y, sobre todo, desafiantes. Hemos provocado a nuestras propias identidades y aquellas obligaciones asignadas por otres al momento de nacer, nos imponemos trans, nos amamos trans y, sobre todo, queremos un futuro donde las identidades trans seamos habitables en un mundo tan violento, y del cual reconocemos que sin nosotres/as/os no habrá tal futuro o mundo. O si lo hay, será insípido y no tendrá el fuego que habita en nuestras cuerpas a diario. Y porque merecemos lo mismo y quizás más #LeyIntegralTransYa. ¡Venceremos y será hermoso!

Somos un proyecto de Comunicación Alternativa y Popular.

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