Edición 157 - Febrero 2020Periferia Indígena

Crónica de las luchas indígenas por el territorio: El caso Nasa del Norte del Cauca

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El paradigma que encarnan los indígenas en resistencia no sólo exige un gesto externo de respeto por la diversidad cultural. No bastan las palabras, mucho menos aquellas que disfrazan y encubren para adornar los discursos del poder.

La lucha por la tierra y el territorio ha sido una constante a lo largo de la historia colombiana. La llegada del colonizador español trajo consigo el despojo de tierras y territorios, y el consiguiente aniquilamiento de quienes se opusieron a tales actos. El carácter paternalista de la Corona Española solo sirvió para la expedición de ordenanzas reales que en la práctica nunca se cumplieron, como dice el adagio popular: “se acata, pero no se cumple”.

Los colonizadores vieron en estas tierras ricas y fértiles un medio para satisfacer sus propios intereses, reclamando derechos sobre ellas, adjudicándolas y explotándolas a su parecer. Fue así como surgió el conflicto por la tierra y el territorio que ha prevalecido hasta nuestros días. Mientras que para los invasores la tierra sólo constituía un objeto de lucro, de compra y venta; para los indígenas era (y es) la base para la vida misma.

Con el encubrimiento de la conquista, utilizando la falsa idea de proceso civilizatorio, se buscó convertir al indio en un sujeto civilizado permitiendo su inserción (violenta) en la economía, especialmente la extractiva. Concebido entonces como inferior, pero útil para los propósitos de la Colonia, esta forma de ver al otro intentó exterminar al indígena, arrasando su cultura, sus espacios sagrados, violentando y desarmonizando su territorio.

Con el fin de la Colonia y el triunfo de la República, la situación no cambió y en muchos casos empeoró. Las leyes coloniales de protección y confinamiento de los indígenas en resguardos, pasaron a ser leyes de la República en donde se intentó la parcelación y reparto de los mismos a favor de los intereses privados de unos pocos.

Muy ligado a este proceso histórico de acumulación por despojo, encontramos tanto en la época de la Colonia como en la República, una idea de progreso en donde se cree ciegamente que las sociedades avanzan sin freno hacia el futuro, sin importar el nivel de destrucción de la naturaleza que se necesite para tal avance. Esta idea, bajo el paradigma actual de la modernidad, se alimenta todo el tiempo de la dominación ejercida por los modelos coloniales aún persistentes, en donde se ve al indígena como obstáculo al desarrollo de la sociedad mayoritaria.

Con la entrada del siglo XX y la consolidación de la República, la lucha de los pueblos indígenas por la tierra no cesó. Es así, como siguiendo el ejemplo de liderazgo de Manuel Quintín Lame, se trazaron las bases para la defensa de los derechos indígenas, bases que a su vez, décadas más tarde, serían articuladas en el Norte del Cauca bajo la plataforma de lucha del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en los años 70’s.
Todos los pueblos indígenas coinciden en que las causas de sus luchas (luchas que han sido históricas y han permanecido hasta nuestros días) residen en el territorio y en la reclamación de sus derechos sobre las tierras que legítima y ancestralmente les pertenecen, pues no se concibe una vida en comunidad o un progreso comunitario que no gire en torno a la madre tierra. El territorio constituye en sí mismo un recordatorio sobre sus orígenes, sus prácticas y su cultura; la lucha es y ha sido constante, pues es evidente que los foráneos no respetan el lugar que ellos ocupan ni tampoco su cosmovisión, que entiende la tierra como un ser vivo y en donde existe una apropiación colectiva y no a título personal sobre el territorio.

El proceso histórico y el manejo actual que se le ha dado a los derechos territoriales en cabeza de los grupos étnicos del país, los han llevado a una lucha más allá de las barreras jurídicas e institucionales, generando nuevos espacios de resistencia y pugna ante las controversias en la disputa por el territorio. Un ejemplo que vale la pena citar, es el del pueblo Nasa del Norte del Cauca, que resiste al despojo y desplazamiento mediante el proceso de liberación de la madre tierra, acto político de toma de haciendas, pero también ecológico al abogar por la defensa de la tierra ante los abusos de químicos y monocultivos.

Bajo la premisa de recuperar la tierra de los resguardos, realizar la defensa del territorio ancestral y de los espacios de vida de las comunidades indígenas, el pueblo Nasa del Norte del Cauca inicia la liberación de la madre tierra, la cual se enmarca en un escenario de movilización y protesta social que no es nuevo y que tiene como antecedente la recuperación de tierras de la época de los 70, en el que los principales componentes motivadores son la indignación y la percepción de injusticia social.

La liberación es entonces “una reivindicación por la tierra y para la tierra. Es la orientación dada teniendo en cuenta el Derecho Mayor o Ley de Origen, en aras de proteger el territorio y a su vez, dar sustento alimentario a las familias”, asegura una exlideresa Nasa. Según la cosmovisión Nasa, el sol es quien da vida a la tierra, protege al pueblo de la oscuridad, resguarda del frío y permite que en la tierra crezca el alimento: “Tata Sek o Tay” que significa “El sol es nuestro padre”.

La lucha por recuperar la madre tierra es válida toda vez que se traduce en la intención de proveer al pueblo Nasa de alimentos, pero es también el espacio en donde los Nasa, como guardianes del territorio, procuran defenderla de los excesos y abusos. En el marco de este proceso, se ha intentado buscar a través de la tierra la reparación simbólica de los daños causados a la comunidad. Por ejemplo, la liberación de la Hacienda La Emperatriz es el reclamo por el asesinato de 20 miembros de la comunidad del Nilo, es la reparación que solicitan ante ésta tragedia y las ocurridas en Gualanday, San Pedro, El Naya y López Adentro.

 

La mayor parte de la tierra del norte del Cauca está destinada al cultivo de caña. Las comunidades que allí habitan estiman que unas 250.000 hectáreas están dedicadas a la producción de azúcar y biocombustibles. Mientras que los 111.642 habitantes del pueblo Nasa del norte del Cauca sólo cuentan con 206.288 hectáreas de éstas tierras, el 82% (169.556 hectáreas) sirven para dejar crecer el monte y alimentar los animales, sólo el 18% restante (37.132 hectáreas) son aptas para actividades agropecuarias.

El pueblo Nasa exige tierras reivindicando el hecho de que son sus propietarios ancestrales y justificando el volver a ellas para garantizar la soberanía alimentaria, la protección, el ejercicio y goce de sus derechos fundamentales, así como el reconocimiento de su cosmogonía y el respeto por sus tradiciones.

Los Nasa resisten a la cultura Occidental, que con sus ideas desarrollistas reemplazaron la memoria colectiva por la institucional, los derechos colectivos por los individuales, y los espacios de deliberación colectiva por una institucionalidad excluyente y violenta del otro-diferente. Mientras que esto ocurre, la lucha indígena se articula en un espacio de resistencia en el cual no sólo están llamados a participar los indígenas sino que se genera un ambiente de esfuerzo colectivo, denominado minga, en donde también se pretende la articulación obrero/campesino/afro/indígena/popular para resistir los embates del capitalismo y el abandono del Estado.

Resistimos para seguir viviendo

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